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Que una carta tarde casi un mes en llegar a su destino es, en nuestros tiempos, poco menos que anecdótico. Pero en el Lejano Oeste de mediados del siglo XIX era lo más corriente. Cualquier documento con destino a California, fuese una ley, una noticia o una simple carta de amor, debía recorrer un territorio en gran parte inexplorado y lleno de peligros. Y eso cuando el documento viajaba en diligencia, cuando no lo hacía en barco y se veía obligado a rodear el continente antes de arribar a las manos de su destinatario, aumentando considerablemente el plazo de entrega. Así, los habitantes de Los Ángeles, por ejemplo, supieron que el estado de California había sido admitido en la Unión seis semanas después del hecho.

El telégrafo y el ferrocarril aún no habían llegado al Oeste, y se hizo necesario un nuevo método para hacer llegar el correo con más premura. La única solución posible en aquellos días de 1860 pareció ser un enlace postal a caballo. Los padres de la idea fueron los principales socios de una empresa de diligencias, especialmente William Russell (1812-1872), y la iniciativa obtuvo el apoyo federal. De ese modo se inició una carrera contra el tiempo que serviría para demostrar si era posible realizar la ruta entre Missouri y California, más de 3.100 kilómetros a través de montañas, praderas y desiertos, en menos de diez días. Eso significaba que los jinetes deberían galopar a toda velocidad durante el trayecto y reeemplazar los caballos con frecuencia, aproximadamente cada 16 kilómetros según estimaciones. Con el objetivo de cumplir con estos requisitos, se construyeron 190 casas de postas a lo largo de toda la ruta para efectuar los relevos, con personal de apoyo, guardias y provisiones.

Russell y sus socios tuvieron que adquirir más de 400 caballos aptos para el servicio, resistentes y rápidos, pero faltaban los jinetes, el otro elemento imprescindible y crucial. La compañía puso un anuncio en marzo de 1860 en estos términos: El Pony Express necesita jinetes jóvenes, delgados (no podían sobrepasar los 56 kilos de peso), resistentes, a ser posible no mayores de 18 años, dispuestos a asumir riesgos mortales casi a diario, y preferentemente huérfanos. El sueldo era de 25 dólares a la semana, nada desdeñable para aquella época, y no fueron pocos los voluntarios que se presentaron a cubrir las poco más de 80 vacantes. A cada uno de ellos se le hizo entrega de una Biblia, y se le tomó compromiso de no blasfemar, no emborracharse y no pelearse con los compañeros.


El primer viaje se efectuó el 3 de Abril de 1860, cuando dos jinetes salieron desde los dos extremos de la línea simultáneamente, un recorrido que fue seguido con atención por la prensa de la época y que gozó de gran popularidad. Prescindiendo de diligencias y usando rutas más cortas, los jinetes del Pony Express consiguieron llevar hasta 70 kilos de correspondencia en 8 días, desde St. Joseph a Sacramento, a unos 2900 km de distancia.

El jinete cambiaba de caballo en cada posta y él mismo era relevado cada cinco o seis cambios, tras recorrer unos 100 km. Cuando se aproximaba a una de las estaciones de relevo ya le aguardaba su nueva montura debidamente preparada, a la que subía al salto tras coger y colocar su mochila con el correo, una alforja de cuero que no podía sobrepasar los 9 kilos de peso. El cambio se efectuaba en menos de treinta segundos. Debían cabalgar también durante la noche, sin más iluminación que la luz de la luna, y sufrir las inclemencias del tiempo. Además, para no sobrecargar de peso a los caballos, sólo se les permitía llevar un único revólver para enfrentarse a indios, bandidos o animales salvajes. Era un trabajo muy duro y fueron muchos los que abandonaron tras un primer viaje, al constatar sus peligrosas y agotadoras condiciones.

El más joven de los jinetes que formaron parte del Pony Express fue “Bronco”Charlie Miller, que tenía 11 años de edad cuando ingresó en la compañía, y el más famoso fue sin duda William F. Cody“Buffalo Bill”, que se incorporó a los 14 y que protagonizó una de las hazañas que marcaron la historia del Pony Express: al encontrar muertos en las paradas de postas a dos de los jinetes que debían sustituirle, realizó él solo el recorrido que les habría correspondido: 615 kms en 21 horas y media. Pero no fue el único héroe de aquella aventura, otros protagonizaron hechos semejantes. Como Robert Haslan, apodado “Pony Bob”, que tras salir ileso de un enfrentamiento con los indios paiutes, batió los récords de velocidad y distancia de toda la historia del Pony Express: 140 kms. en ocho horas y diez minutos. Esas proezas despertaron la admiración de sus coetáneos, quienes veían pasar con entusiasmo y expectación la carrera de aquellos rápidos jinetes.


Con la extensión de las líneas de comunicación, primero del telégrafo y más tarde del ferrocarril, el Pony Express tenía los días contados. La compañía, que había cambiado de manos en marzo de 1861, llevó a cabo su último viaje el 21 de noviembre de ese mismo año. Había durado poco más de año y medio y se había saldado, pese a su éxito como servicio postal, con un gran fracaso económico. La leyenda afirma que en su historia tan sólo llegó a perder una saca de correo.


Con la colaboración de Pilar Alonso Márquez



Los que siguen este blog saben bien de su poco apego por la actualidad. Sin embargo, hay ocasiones en que no es posible desdeñar el cruce con el pasado.

La Creedence Clearwater Revival lleva tiempo clamando por ocupar un espacio por aquí. Hoy por fin lo tendrán, al hilo del nuevo disco de John Fogerty, con el breve esbozo del descubrimiento de ambas figuras y nuestra fe en el country rock.
Sí, amigos, creo en la CREEDENCE. Hoy toca revival.


Para los despistados decir que John Fogerty es uno de los grandes compositores de rock americano de todos los tiempos, y la Creedence Clearwater Revival, la banda de rock más emblemático de los últimos 60' y principios de los 70', uno de los mejores grupos de toda la historia de la música popular, incluído en el Salón de la Fama del Rock desde 1993. Un estandarte genuinamente americano de libertad y rebeldía generacional asociado con la tradición y el clasicismo rockeros, una idea de América asimilada generosamente en bandas sonoras de películas como 'Apocalypse Now', 'La Jungla de Cristal', 'Forrest Gump' o 'El Gran Lebowsky', entre otras.






A mis efectos, conocí a John Fogerty de la mano de mi amigo Jess, que vivía al fondo de la calle. En el tiempo de aquella adolescencia, Jess podía ser tomado solo por gracioso y ocurrente, alguien sin cuyo concurso no había fiesta ni algarada, pero era un tipo tímido, con muchas lecturas, íntegro y perspicaz, y eso hacía que todos le tuviéramos en cuenta. El caso es que Jesse, que se pretendía más sudista que las barbas de Lee, se presentó un día con un radiocasette por el Instituto haciendo gracietas como acostumbraba. De las entrañas del cacharro brotaban añejos sonidos de guitarras eléctricas y una voz hippilonga que no me dejaron indiferente. Aquel tipo que daba vueltas en la cinta era John Fogerty, me ilustró Jesse. Sonaba 'Big Train To Memphis', según supe más tarde. Yo no tardé dos minutos en subirme al expreso y secundar a mi amigo en su ronda. Tiempo después, creo recordar que el convoy a Memphis descarriló un día de tanto dar vueltas en el reproductor de mi casa. Hablando de trenes, ¿no oyen acercarse el 'Especial de Medianoche'?






Años más tarde volví a celebrar a Fogerty sin reconocerle. Los días empezaron a correr algo más deprisa, en medio de la calma y la incertidumbre. Johnny continuaba girando una y mil veces en las cassettes como líder de la gran Creedence Crearwater Revival, pero entonces sonaba a bordo del coche de Randy, otro pájaro a tener en cuenta. Aquel rock brumoso, de pantano y gasolinera, aquella melodía con efluvios a yerba y pantalones de campana, aquel sonido metálico, la voz desgarrada del mismo Fogerty, como salida de lo profundo de un intrincado alambique clandestino... esa era la sintonía que daba alas al pequeño utilitario de Randy o anunciaba nuestra llegada a bares y tabernas. Nos acompañaba una aureola de bendita libertad, despreocupación y rudeza rockera. Hizo calor aquel verano del 91, pero no pasamos sed.

La Creedence no dejó de sonar en adelante, concienzuda y pertinazmente, sugiriendo historias, ambientando bocetos y proyectos. Ahora los reconocía en la banda sonora que tantas veces acompañaba en la pantalla, como ya habían pasado a formar parte de la mía, solo que sin chopper ni guerrera del Vietnam. Tampoco hacía falta. Llegué a aprenderme cada nota y estribillo de 'Green River', 'Fortunate Son', 'Have you ever seen the rain?', 'Proud Mary', 'Born On The Bayou', 'Suzie Q', 'Lookin' Out My Back Door' o 'Run Through the Jungle'. ¿Conocen ésta?. Dicen que cuando los Creedence acabaron a tiros, acusaron al fenómeno de Johnny Fogerty de agenciársela como 'The Old Man Down the Road', lo que devino en nuevos pleitos. Ambas son geniales pero yo prefiero al 'Viejo'.






El caso es que anuncian que vuelve John Fogerty, a propósito de su 68 cumpleaños. El alma de la Creedence Crearwater Revival publicará a finales de Mayo de 2013 su nuevo álbum, 'Wrote A Song For Everyone', una recopilación de famosos temas del grupo y algunos inéditos. Lleva toda la vida haciéndolo, a los clásicos no les hace falta reinventarse. En esta ocasión contará con la colaboración de algunas figuras de la música Americana actual, como Brad Paisley, Alan Jackson, Miranda Lambert y Keith Urban, entre otros. El disco se llama como el tema que la CCR incluyó en 1969 en el tercer álbum de la banda, 'Green River'.

No cabe duda que será un gran recopilatorio, lo tiene todo hecho. La vieja Creedence volverá por sus fueros y una legión de veteranos rockers dejaremos suspiritos en el aire al escuchar a John Fogerty retumbar desde el fondo del alambique mientras conducimos, hacemos la compra o chequeamos el desempleo. Será todo un éxito si logra incorporar nuevos creyentes, lo que es seguro es que ya nunca abandonarán la compañía del Agua Clara. Una fe que nunca es tarde para abordar, reeditar y revivir, con la excusa que se prefiera. 








En 1810, un colorido grupo de ambiciosos colonos anglo-norteamericanos declaró a la franja occidental de la Florida española como una nación independiente. Nacía la República de Florida Occidental, cuyo territorio se extendía desde el río Mississippi hasta el río Perdido, actual frontera entre los estados de Alabama y Florida
Esta es la historia del evento más pasado por alto en la historia de Norteamérica.


LUISIANA Y LAS DOS FLORIDAS
En 1803, James Madison, por entonces Secretario de Estado del gobierno de Thomas Jefferson, condujo la negociación de la transferencia del territorio tras la compra de Louisiana, la operación por la que los Estados Unidos compraron la colonia a Napoleón Bonaparte. Es oportuno aclarar que a su vez La Luisiana había sido cedida en secreto a Francia por Carlos IV de España tan solo un par de años antes, en 1800, intercambiada por un reino en Italia donde coronar a un príncipe de la familia y bajo el acuerdo de retrocesión o una opción preferencial para España, si Francia resolvía deshacerse de ella. De este modo, su compra por parte de Estados Unidos fue una operación de dudosa legalidad, aunque eso no evitó las graves consecuencias que el acuerdo originaría a nivel mundial. EE.UU. duplicó su tamaño de una tacada, fagocitó hacia los recursos del oeste su gran potencial industrial y demográfico y definió sin ambajes su preponderancia en el continente. De todos los detalles del asunto dimos pormenorizada seña en nuestra serie de artículos sobre EL MAYOR NEGOCIO DE LA HISTORIA (parte 1 http://bit.ly/R3aSZt, parte 2 http://bit.ly/R3btuf, parte 3 http://bit.ly/MHlWYT).

No obstante a la inmensidad del territorio adquirido (2.144.476 km2), la venta no incluyó la totalidad del territorio asimilado más tarde como el estado de Louisiana. De hecho, la Corona española continuó administrando una delgada franja de tierra costera que se extendía desde la orilla este del río Mississippi a la península de Florida, la llamada Florida occidental, una tierra que Estados Unidos optó por considerar interesadamente como parte de la compra hecha a Napoleón, y de la que reclamaron a España su cesión, sin éxito.

España por su parte ya había cedido anteriormente a las pretensiones americanas, aceptando el paralelo 31 de latitud norte como frontera, contra su postura inicial del límite otorgado por Francia en 1764, al tomar posesión de la provincia francesa. Tras la compra de Louisiana en 1803, los Estados Unidos comenzaron a insistir en reclamar el territorio comprendido entre los ríos Perdido y Mississippi. Los españoles objetaron que esa porción de tierra era la provincia de Florida occidental, recibida de Gran Bretaña a raíz del Tratado de París de 1783, y que nada tenía que ver con el territorio intercambiado con Francia. En fin, un complicado cruce de intereses y adquisiciones, a cuatro bandas.

Precisamente, fue la administración británica quien dividió en dos la colonia: la Florida occidental (continental y ribereña del Mississippi, con capital en Baton Rouge) y la Florida oriental (el total del territorio penínsular y capital en San Agustín). Al regreso de los españoles la división administrativa fue respetada pero, para su desgracia, ambas provincias y en particular la Florida occidental, estaban habitadas por una mayoría de colonos anglos, escoceses e irlandeses, incluídos muchos de los refugiados leales a Gran Bretaña durante la Revolución Americana, que habían huido a la región o se habían establecido en ella durante la soberanía británica. Mientras España estuvo a orillas del Mississippi no existieron tensiones importantes, pero la situación cambió cuando las Floridas quedaron aisladas entre el mar y el abrazo por tierra de los Estados Unidos de América.

Sin embargo, las presiones no fueron a mayores. Jefferson pensó que no valía la pena desafiar militarmente a España por La Florida, al anticipar estratégicamente que la afluencia de colonos de habla inglesa, mantenida en el tiempo, haría inevitable la absorción del territorio por los EE.UU.: una práctica que les reportaría magníficos resultados y ya no abandonarían hasta llegar al Pacífico.

Lentamente, mientras España se veía obligada a detraer recursos para afrontar sus desafíos desintegradores, europeos y americanos, multitud de nuevos inmigrantes norteamericanos penetraron y se establecieron en la Florida occidental, con la aquiescencia de su gobierno. William Claiborne, entonces gobernador del denominado como territorio de Orleans, en la orilla oeste del Mississippi, y más tarde el primer gobernador del estado de Louisiana, había dicho respecto a la población de la Florida occidental: "Son una masa tan heterogénea de lo bueno y lo malo como nunca antes se ha visto en región alguna".

THE LONE STAR OF WEST FLORIDA
El antiguo presupuesto de Jefferson se hizo franca realidad con el soporte añadido de la revuelta hispanoamericana. Por 1810 corrían días de cambio y agitación en toda la América hispana. La inacción española precipitaba el asalto a sus posesiones desde todos los frentes. James Madison, ahora en la Presidencia, se impacientaba sin llegar el momento en que las codiciadas piezas de las Floridas callesen al seno de la Unión

Sin embargo, Madison no era el único en hacer planes sobre la debilidad española. En la orilla este del Mississippi, una camarilla entre la élite de los hacendados y propietarios de la Florida occidental se reunió en secreto en un hotel del centro de St. Francisville, a mediados de febrero de 1810. El motivo del cónclave no era otro que trazar el plan para una sublevación que habría de llevarles a la independencia de España. Tras meses de conspiración taimada su determinación les llevó, un 23 de septiembre, ante la escasamente defendida fortaleza española en Baton Rouge. Una multitud de insurrectos enarbolaba amenazadora su enseña, una estrella blanca sobre un campo azul, la llamada "Bonnie Blue". Sin mayor contratiempo, la bandera de la naciente República de Florida Occidental ondeaba al caer la tarde sobre la sede del poder colonial. 

Saint Francisville, hoy en Louisiana, fue designada capital de la West Florida Republic, la primera república de la estrella solitaria en América del Norte, siendo nombrado como su primer presidente un ex diplomático estadounidense que había ayudado a negociar la compra de Louisiana, llamado Fulwar Skipwith. Skipwith, tal vez el único de los líderes de la rebelión que no parecía movido por el afán de robar nuevas tierras o la excitación de la aventura, tenía un buen historial de servicios y mundo a sus espaldas, justo lo necesario para liderar la joven nación. De acuerdo con la Constitución promulgada, a imagen de la de EE.UU., el nombre oficial del país fue el de "Estado de la Florida", por cuya independencia Skipwith realizaba encendidos votos:
Fulwar Skipwith

"Tenemos derecho a la independencia, y donde la voz de la justicia y de la humanidad pueda ser escuchada, nuestra declaración y nuestros justos derechos serán respetados", exclamó.
Aunque en sus pronósticos tampoco engañaba a nadie: "Pero la sangre que corre por nuestras venas, como los afluentes que forman y sostienen al padre de los ríos, que rodea nuestro país encantador, volverá si no es impedido, hasta el corazón de nuestra madre patria".


LA FUERZA HACE LA UNION
Seguramente los residentes de la Florida Occidental no emplearon mucho tiempo en saborear las glorias de su independencia nacional. Tácitamente albergaban la intención final de convertirse en americanos, aunque esperanzados en hacer valer entonces sus propios términos y plazos. Su decepción no se demoró demasiado. 


W. Claiborne
El 27 de octubre de 1810, bajo las órdenes claramente inconstitucionales del presidente Madison y pese a las protestas del gobierno Skipwith, el gobernador W. Claiborne envió tropas al otro lado del río para dar cuenta de la capital de la nueva nación y ejecutar manu militari su anexión a los Estados Unidos. Skipwith había proclamado que estaba dispuesto a "morir en defensa de la bandera de la estrella solitaria". Llegado el trance, él y su gobierno no tuvieron otra opción que plegarse y aceptar la proclamación unilateral de Madison. No existieron negociación ni reconocimiento alguno, solo acatamiento. La República de Florida Occidental había durado tan sólo 74 días.

La argumentación principal esgrimida fue que los Estados Unidos consideraban el territorio como parte de su adquisición de Louisiana. Además invocaron salvaguardar su integridad y conjurar el peligro potencial de una invasión extranjera, al ponerlo bajo su soberanía. Los Estados Unidos tomaron posesión de St. Francisville el 6 de diciembre de 1810, y de Baton Rouge el 10 de diciembre de 1810. Sus distritos se incorporaron al recién formado territorio de Orleans

Dominar la totalidad de la franja llevó a los norteamericanos hasta la ciudad de Mobila (Mobile, Alabama), al este, donde la "Bonnie Blue" aún no había tenido ocasión de ser izada. La ocupación de sus defensas fue truncada por la negativa del comandante español a entregar el fuerte voluntariamente, constituyéndose hasta su caída, dos años después, en el último reducto español en la Florida occidental. Los EE.UU. anexionaron el distrito de Mobile al territorio de Mississippi en 1812.


Los españoles elevaron protestas diplomáticas sobre la anexión de la parte occidental de la Florida occidental, pero su debilidad no les facultaba para más. España continuó administrando el resto de la colonia (entre los ríos Perdido y Apalachicola, con capital en Panzacola -Pensacola, Florida) hasta 1819, en que por el Tratado Adams-Onís tuvo que ceder ambas Floridas a los Estados Unidos a cambio de la renuncia a reclamaciones estadounidenses sobre Texas, donde igualmente los EE.UU. habían planteado controversias al querer adjuntarla a la magnífica compra de Louisiana. Su osadía se desbordaba a medida de sus éxitos.

La sorna de algunos historiadores cita en la anexión de la efímera república floridana el primer gesto del imperialismo yanqui, el primer fruto de la Doctrina del Destino Manifiesto, la ideología en la que el gobierno de los EE.UU. basó su expansión por el resto de América del Norte. Aunque excesiva, no es una opinión descabellada plantear que ni España, ni Canadá, ni México, fueron las primeras víctimas del imperialismo estadounidense, sino que, al menos por unos días todo comenzó allí, con el ocaso de la fugaz estrella solitaria de la Florida Occidental. Ya hemos visto como le fue a España. Dos años más tarde, bajo el pretexto de difundir la democracia, Madison enviaba tropas a Canadá con la intención de anexar Ontario y apoderarse de sus minas. Daba inicio la Guerra de 1815 contra Gran Bretaña.

Durante 74 días, la pequeña ciudad de Saint Francisville, Louisiana, fue la capital de la West Florida Republic, una pequeña nación en el subcontinente de América del Norte. Hoy allí, un monolito coronado con una estrella y un número creciente de "Bonnie's Blue" ondeando sobre porches y garajes, recuerdan aquella breve aventura. Con el descubrimiento de este detalle de su historia e identidad particulares, la gente del sureste de Louisiana, el sur de Mississippi y Alabama, disponen de un hito con el que significarse colectiva y culturalmente: la anécdota de 74 días de rebelión. 


Algunas fuentes:
http://www.bbc.co.uk/news/magazine-18418696
http://en.wikipedia.org/wiki/West_Florida
http://www.knowla.org/entry.php?rec=755


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