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2017
Me levanté temprano, tomé un café en la cafetería del hotel y me dirigí ansioso hacia la estación. Desfilé ante la taquilla junto a una legión de inmigrantes abigarrados de equipaje, saqué un billete y subí a un autobús con destino al desierto.
Una vez en marcha, desde la ventanilla fui viendo despertar la ciudad, cómo se desperezaba el tráfico y las luces ámbar de la capital quedaban atrás. La piel agreste de aquella costilla española comenzó a cubrir el trayecto, salpicado de caravanas de viajeros, caseríos blancos y empalizadas de plásticos. Por momentos costaba distinguir el mar a lo lejos, del tapiz plateado de las plantaciones. Poco a poco el bus tomó altura, dejó la costa a la espalda y se internó entre sierras calvas y palmitos. El desierto se anunciaba en cada curva y el corazón me palpitaba emocionado.
Entonces, inmerso en el paisaje de mis sueños, tomé cuenta y dudé si aquel podría ser un principio o un final, como anticipando una dulce decepción. Enfrentado a la fantasía no habría otro sino más que tomar conciencia y despertar. Aquel viaje a La Meca ocuparía bien cierto un lugar en lo profundo de la memoria, pero también podría resultar el soplo vigoroso que despejase de una vez todas las trampas del solitario. Volver a levantar la vista y ser fiel a uno mismo serían enseñanzas propias del Bautista y las arenas de Yucca City mis aguas del Jordán. La resolución con que los tallos de las pitas se erguían desde las cunetas pareció darme la razón.
Mi estancia en Yucca City no resultó tan esclarecedora, sin embargo. Empolvé las botas en sus calles vacías, sentí crujir a mis pasos la madera que da forma a aquel sueño y contemplé vestigios de otros tiempos en descoloridos pasquines. Mas todo fue en vano. Después de deambular de un lado a otro de aquel trampantojo, la magia se disipó como la polvareda que había dejado el autobús.
Fumando un cigarrillo junto al patíbulo, contemplando el balanceo de la soga raída al compás del Poniente, caí en la cuenta de que hay sueños tan maravillosos que no merecen ser cumplidos.
En las soledades de los estados más salvajes de Norteamérica, subsisten todavía hoy algunos hombres viviendo en contacto y desafiando a la naturaleza. La mayoría se gana la vida como tramperos, dedicándose a la caza para abastecerse de alimento y pieles que vender al final de la temporada. Otros son rancheros, alternando sus faenas con la ayuda a otros ganaderos de la zona, mientras que otros han optado por abandonar la vida en comunidad para habitar una propiedad en la montaña. Todos comparten el desafío ante el peligro y la adversidad, a las fuerzas de la naturaleza y a la precariedad de sus recursos. Son tipos sencillos pero duros, humildes por que saben de su pequeñez ante el medio que les rodea y al mismo tiempo orgullosos de su forma de vida. Son los montañeses, los últimos Mountain Men.
Más allá de la ficción o el relato de la violencia, la aventura ha estado ausente de la televisión por largo tiempo. Bajo el formato de telerrealidad adoptado por muchas series documentales, la aventura ha vuelto a la pequeña pantalla para traernos la vivencia personal de cazadores y montañeros, inmersos en un entornos salvaje y hostil. La joya de todas estas producciones ha sido ofrecida en España por el Canal Mega de Atresmedia: la serie documental Mountain Men.
Mountain Men es un retrato de frontera y un compendio de lecciones vitales en forma de docudrama. Un testimonio del presente que puede ayudarnos a entender cómo era la vida en el pasado y cómo se sobrevive aprovechando los recursos de la naturaleza, antes de que todo estuviera a golpe de click. Tal es el caso de Eustace Conway.
Eustace Conway compró a crédito una propiedad en las montañas Blue Ridge en Carolina del Norte, que él llama Isla Tortuga y donde se afana en vivir de lo que caza o cría, al tiempo que edifica un aserradero. Antiguo territorio cherokee y más tarde escenario de escaramuzas durante la Guerra Civil Americana, esta zona de los Apalaches no está demasiado alejada del mundo civilizado, pero ofrece bosques densos, pequeños valles y unos paisanos anclados en la tradición y la fe en su propio esfuerzo.
En lo profundo de las Blue Ridge, el montaraz Eustace abandona su imagen de pacífico hippie sesentero, para convertirse en un agraviado colono y defender rifle en mano su propiedad ante cazadores o leñadores furtivos, cuando no pelea contra la escasez y la amenaza del embargo vendiendo la madera de su finca. Siempre con la ayuda de su buen amigo, el inmutable y socarrón Preston Roberts.
A tres mil quinientos kilómetros al noroeste, en el valle del Yaak en Montana, un avejentado trampero y exvaquero de rodeo llamado Tom Oar reside junto a su esposa Nancy y su perra "Ellie". Esta pareja bien entrada en la sesentena debe hacer frente al invierno de siete meses de esta zona de las Montañas Rocosas, mientras sobrevive confeccionando artesanía y poniendo trampas para castores a lo largo del río, entre manadas de lobos y osos que deambulan por el territorio.
Con la estimable ayuda de algunos vecinos, a pie, en canoa o ranchera, Tom recorre distancias hercúleas cada día revisando sus trampas, acosado por los achaques de la edad y su maltrecha rodilla. La peripecia del entrañable y sabio Tom es su debate interior entre la pertenencia a la montaña, la escasez de capturas de cada temporada y la presión de sus hijos para que se traslade con ellos a la cálida Florida. Pero Tom Oar es un montañero, no será fácil que se de por vencido.
También en Montana, unas 400 millas al sur, el valle de Ruby es el hogar de pumas, manadas de lobos y caballos salvajes, y también del intrépido montañero Rich Lewis.
Ayudado por sus perros "Brandy", "Capone", "Turbo" y "Hadget", el duro de Rich se ocupa de proteger de las alimañas a las reses de los ganaderos locales, en particular espantando los pumas que se acercan demasiado a los poblados o dando caza a los lobos hambrientos que en el crudo invierno se internan en el valle.
Rich es un tipo peculiar, hirsuto, de barba recia y gorra marinera, que patrulla por las sierras en una vetusta camioneta de 1956 a la que llama "Wilbur" llevando a sus perros tras la pista de algún puma. El doblaje en España nos ha regalado para Rich una entrañable y personalísima voz ronca que otorga aún más autenticidad a sus andanzas:
"¡Adelante Turbo, cuidado Capone, en marcha, Wilbur!"
Pero si alguien se juega el tipo a diario ese es el trampero Marty Meierotto, quien cada poco deja a su mujer e hija en su casa de un pequeño poblado de Alaska, para partir a bordo de su pequeña avioneta Piper hacia las inmensidades nevadas de las Montañas Revelación.
Siempre absolutamente solo, haciendo frente a contratiempos y averías de forma autónoma y con escasas opciones, Marty logra sobrevivir a los caprichos del entorno y los peligros propios a su cacería itinerante, ante la impávida y pétrea majestuosidad de las Montañas Revelación en Alaska.
"No estoy aquí por el paisaje -dice- ¡El paisaje es precioso, pero tengo que conseguir pieles!"
Esto es Mountain Men, la serie documental donde montañas y montañeses se nos muestran con todo su rigor y dramatismo: Como cuando Rich pierde a perra "Brandy", su mejor perra rastreadora de pumas, en el ataque de un puma al que desde entonces llamará "Tres Dedos" y al que perseguirá sin descanso por los collados del Valle de Ruby, en Montana; como cuando Kyle enseña a su hijo Ben de sólo 11 años cómo despellejar un bisonte, o como cuando otro día un caballo se le espanta en el corral y accidentalmente atraviesa su pata entre los hierros del cercado. O la intensidad de cualquiera de las angustiosos despegues y aterrizajes de Marty Meierotto en su frágil avioneta, buscando nuevos territorios de caza a través de las Montañas Revelación en Alaska.
No sería justo abordar esta magnífica serie sin mencionar y felicitarnos del brillante doblaje ofrecido por el Canal Mega en España. Desde la pomposa serenidad con que el narrador describe las escenas, a los actores que dan voz a cada uno de los personajes, interpretando las emociones y personalidad de cada montañero de forma magistral -en especial las de Rich, Marty y Tom-, el doblaje de la serie es totalmente acertado.
Mountain Men es una serie del Canal History Channel, estrenada en mayo de 2012. Hasta la fecha en España se han emitido 55 capítulos de 42 minutos, pertenecientes a las 5 primeras temporadas. La sexta temporada acaba de iniciar su emisión en EE.UU.. Un aliciente más para no perderla de vista.
http://www.history.com/shows/mountain-men
Aquel mismo año, Carl fue incluído en The Nashville Songwriters Hall of Fame, primer paso para que en 1987 se le reconociera en el Rock and Roll Hall of Fame como uno de pioneros del género, a la vez que uno de sus más influyentes músicos.
El show contiene excelentes actuaciones musicales con toda la variedad de estilos que abarcó la carrera de Carl Perkins. Le asisten los buenos oficios de las personalidades que van desfilando por el escenario, mano a mano con el maestro, en un ambiente de camaradería, respeto y homenajes mutuos. Aunque todas son grandes actuaciones es de destacar la del también mítico Eric Clapton, con quien interpreta en primer lugar el clásico "Matchbox". Sin embargo, el rockabilly se destila con todo su magia cuando ambos genios tocan "Mean Woman Blues" y se alcanza uno de los momentos más intensos de vibrante Rock & Roll de todo el programa.
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