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Como William Munny, todos tenemos un pasado y algunos años a nuestras espaldas. Estos días, una pendejada me ha devuelto por un momento a las extensas veladas alrededor de los bares, de hace largo tiempo. Aunque de todos guardo generoso recuerdo y nula nostalgia, al hilo de la cuestión hay alguno al que no tengo apuro en regresar.




Por si aún no lo has adivinado, hablo del encantador Titty Twister, la hipnotizante Teta Enrroscada donde a poco que te descuides perderás la cabeza y el alma. Un honky-tonk perdido en el norte de México, abierto hasta el amanecer, al que acudir a beber, pelear y morir, donde cada noche se programan sesiones de muerte y el rock and roll se sirve al límite, carajo

Allí, al margen de todo y para lo más escogido de la Frontera, se representan shows que cortan la respiración. Números como el que sigue, a cargo de esta belleza azteca con el abracadabrante sobrenombre de Satánico Pandemonium.








Pero la Teta Enrroscada es algo más que sugerentes coreografías y hembras de infarto: una posada de demonios sin cuento y desperados en ruta directa al abismo. Quizás no cuente con el más correcto de los servicios, puede que su aguardiente sepa a sapos y culebras, tal vez la clientela carezca de urbanidad ni aprecio por la propiedad privada...

¡Que demonios!. El Titty Twister siempre será uno de mis garitos favoritos y bien merece una mención en esta bitácora fronteriza. ¿A tiempo para una rabiosa cucaracha alcohólica? 


¡Adelante!, la diversión se masca a dentelladas.








La Frontera es también un lugar caótico e infecto, como bien se esfuerza en demostrar la realidad cotidiana. En los confines del cine negro clásico, la mente privilegiada de Orson Welles llevó a la pantalla una historia de ambiguedad y corrupción que trasladó las sombras del crimen al sórdido avispero de la Frontera

Welles consiguió reescribir y dirigir 'Sed de Mal' en 1958, por mediación de Charlton Heston, cuando su papel inicial no estaba destinado más allá de interpretar al desconcertante comisario Quinlan, quizás el primero de tantos patibularios representantes de la Ley que luego poblarían las fronteras cinematográficas. 


Como alguien dice en la película, las naciones orillan hacia sus fronteras lo peor de sus sociedades, y tal sería el caso de este polizonte, que en ninguna otra cloaca pudo medrar del mismo modo. Fue debido a su caracterización y al pulso rompedor de Orson Welles, interpretándole y dirigiendo la película, que la Frontera tomó a partir de entonces su oscura dimensión: el lugar turbio en el que el bien y mal se entremezclan fatalmente, el tenebroso límite donde las apariencias engañan y toda clase de sabandijas encuentran acomodo. 

El inicio de la trama no puede ser más fascinante. Arrancando con el maravilloso plano secuencia más célebre de la historia del cine, Welles nos lleva en volandas a través de tejados, avenidas y calles, desde el lado mexicano al estadounidense, sin pestañear, entre un sinfín de paseantes, figurantes y carritos de venta ambulante. Palpitando a un ritmico tic-tac  y la pegadiza melodía de Henry Mancini, el último crimen en la Frontera aguarda tras el checkpoint.  




La secuencia, un reparto espectacular y la singular trayectoria de Orson Welles encumbran la película a la categoría de mito, no exenta de discusión. Es evidente que arrancando desde la intensidad de este magistral punto de partida no es fácil mantener una tensión similar a lo largo de todo el metraje. Aunque para nutrirla el excesivo Welles no escatime en efectos y recursos, auxiliado por la atmósfera asfixiante de la fotografía de Russell Mety y la partitura latin-jazz de Mancini, la historia se muestra unas veces inconstante y otras absurdamente previsible. En otras ocasiones, la cocina del guión debe recurrir a curiosos giros para cerrar la trama. Es cine clásico, sin llegar a alcanzar la profundidad una novela policíaca. 

Hay todo un estudio de sombras detrás de cada plano, en noches tan oscuras como el alma misma del catálogo de frikis con que se va encontrando el bienintencionado Vargas (Charlton Heston). Mención especial merecen los actores secundarios, un reparto de pandilleros cuyo retrato sabe a poco, en especial algún personaje femenino. A favor de la película, las primeras figuras se desempeñan con soltura en auxilio de una historia donde nada es lo que parece. Ni siquiera ellas mismas. 

Como Charlton Heston, el héroe hecho busto, tuneado de mexican, soberbio desde su óptica de poli bueno. Él será nuestro introductor a este prefabricado enclave fronterizo hollywoodiense. A sus espaldas descubriremos la ponzoña que se ha venido ocultando tras el despotismo de Hank Quinlan. Por su parte Janet Leigh, todo primor y candidez, vive su primera experiencia sórdida en un motel, ensayando el papel de víctima aterrada que desarrollará más tarde a su paso por Casa Bates. Incluso la diva Dietrich pierde su rubio teutón por tomar la apariencia de gitana fronteriza (...), un detalle aludiendo al mundo hispano quizás para añadir carga sobrenatural a una dimensión ya de por sí bastante esquizofrénica. Su última aparición no viene a cuento.


Pese al buen trabajo de todas ellas, el imán de la película sigue siendo Orson Wells, su protagonista y director, un magnífico ególatra por otra parte. Todo nos conduce a su pontificado, bien encaramado a lo alto de la grúa o jugando al escondite con luces y sombras, bien bajo la sebosa fachada del desquiciante comisario Quinlan

Frente a la rectitud moral y estética de Heston, Orson Welles se recrea en la penumbra moral de su personaje, un abyecto tipejo que ha prosperado enquistado en las costuras de la Ley. Orondo, grasiento, sudoroso y hasta pestilente, nada escapa a su control en este universo confeccionado por los vicios y delitos que todos prefieren dejar a su criterio. Hank Quinlan es 'Sed de Mal', un corrupto que fracasa en invocarnos a la ternura desde la soledad del monstruo. Su maldad solo tiene parangón con su torpeza, incluso en el modo de desplazarse, pues su característica cojera hace que Quinlan parezca arrastrarse como la rata que ciertamente es. En el último desafío intentará conservar una posición preeminente ante la fiscalidad del recién llegado Vargas, un reputado competidor y una incómoda presencia alterando el reinado de Hank Quinlan por primera vez en mucho tiempo.

Esto es 'Sed de Mal' a nuestro modo de ver, la preciosa obra que vino a finiquitar el cine negro clásico. Aunque de negro tenga más sombras que trama, es una delicia redescubrir el magnífico trabajo de director y equipo para componer nuevas perspectivas al discurso y los personajes fronterizos.








Al inicio de los 90 aún quedaba resquicio a la fantasía, el mito y la horterada. Había ideales en que creer, fumar era un placer y ser bebedor daba prestigio. Las chicas adoraban a canallas sin blanca, los amigos eran para siempre y ser macarra una cuestión de principios.

Este es un homenaje crítico a la par que devoto, a los míticos personajes del rockero motero y el cowboy solitario, glosados en una película videoclub. Dos justicieros en la carretera, errantes por los horizontes de América. Estas claves nos ocupan, empecemos por el principio.


Una introducción magistral
Cualquiera con aficción por el cine sabe apreciar el detalle de unos buenos títulos de apertura, a modo de prólogo. Resultan particularmente relevantes cuando forman parte del discurso de la película, retratan el paisaje, el contexto ambiental o los personajes de la historia. En algunas ocasiones son tan brillantes y efectivos que trascienden la cinta a la que sirven o directamente la superan, para conformarse en pequeñas obras narrativaA.

El caso que nos ocupa no puede ser más evidente. Apoyada por un temazo de la banda de rock Bon Jovi, quizás la mejor canción de toda su carrera, la intro de 'Harley Davidson & the Marlboro Man' ('Dos duros sobre ruedas', como fue titulada en España) consigue transportarnos al universo mágico de las roads-movies "a lomos de un caballo de acero", en un fulgurante viaje de Texas a California. Un efectista trailer que apunta muy alto para enmarcar las aventuras del par de ochenteros e incluso deja en evidencia el videoclip original de la banda de New Jersey, un tema musical que ellos mismos se ocuparon de definir como su 'himno nacional'.




Los reyes del videoclub
En 1991 el australiano Simon Wincer lanzó a las pantallas 'Harley Davidson & the Marlboro Man' ('Dos duros sobre ruedas'), cosechando un absoluto fracaso de crítica y público. Después de labrarse una larga trayectoria en la televisión, para su séptima película tuvo la suerte que contar con dos estrellas fugaces del cine y la tele de los 80, intentando mantenerse en la pomada: Mickey Rourke, quien después de su interpretación en 'El Corazón del Ángel' y el calentón de 'Nueve Semanas y Media', sentía que ya nada era igual para él aunque siguiese haciendo lo mismo, y el rubiales melenas Don Johnson, que venía del éxito televisivo 'Corrupción en Miami' pero que no consiguía brillar sin la sombra de sus antiguos compañeros en la ficción, el poli negrata Ricardo Tubbs y su hermético superior el teniente Castillo.

La historia intentaba emular éxitos anteriores del estilo de 'Arma Letal' o de cualquier otra parejita de hecho tan en boga por entonces. Una especie de 'Dos Hombres y un Destino', donde Butch Cassidy era un motero rockero malavida con buen corazón y Sundance Kid un residuo del Rodeo viviendo en su particular paranoia country. Pero nadie estuvo a la altura. Rourke, bronceado y aceitoso, luciendo sus enseñas de tipo duro (apunte tierno de cicatriz, pendiente de bucanero y corte a lo pelo pincho), repitió una vez más sus consabidos tics sonriendo bobamente en cada plano, mientras Johnson patinó todo el metraje sin encontrar su sitio como vaquero lumpen, descabalgado de la moda italiana y los Ferrari Testarosa.

La trama tampoco ayudó. Hilvanada en un guión ridículo la película resultó un estrepitoso fiasco de crítica y público. Entre unos y otros habían compuesto una historia repleta de tópicos, machista, excesiva, absurda, sensibilera, incorrecta, mitómana..., que sin embargo, a golpe de olvido y videoclub, consiguió abrirse paso hasta la catalogación como producto de serie alfabética y estandarte del frikismo tardo-ochentero. Y así es como hoy la vemos, ¡un divertimento genial! Mamporros y clásicos golpes de efecto, entrañables clichés de simpatía, aventura y camaradería, malos malísimos y amantes explosivas, explosiones de queroseno y tiroteos con armas automáticas ...la excusa perfecta para perder una tarde recordando los jirones que nos hemos dejado en pos de la exquisitez moral.

No obstante, quizás un exceso de nostalgia pueda ser contraproducente. En su prevención, este acertado clip resume con elocuencia 98 minutos de peli de culto. Magnificamente editado por Mknyeverr (Canal de Youtube), con el soporte del tema 'Real Gone', otra interesante perspectiva rockera por parte de la estrella del country Billy Ray Cyrus, este vídeo les dará la medida de las peripecias de Harley Davidson y el Hombre Marlboro, incluyendo la postinera e hiperreproducida escena final del film, protagonizada por Harley. Ya lo avisamos, desde entonces se les buscan, vivos o muertos.




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