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mayo 2013


Que una carta tarde casi un mes en llegar a su destino es, en nuestros tiempos, poco menos que anecdótico. Pero en el Lejano Oeste de mediados del siglo XIX era lo más corriente. Cualquier documento con destino a California, fuese una ley, una noticia o una simple carta de amor, debía recorrer un territorio en gran parte inexplorado y lleno de peligros. Y eso cuando el documento viajaba en diligencia, cuando no lo hacía en barco y se veía obligado a rodear el continente antes de arribar a las manos de su destinatario, aumentando considerablemente el plazo de entrega. Así, los habitantes de Los Ángeles, por ejemplo, supieron que el estado de California había sido admitido en la Unión seis semanas después del hecho.

El telégrafo y el ferrocarril aún no habían llegado al Oeste, y se hizo necesario un nuevo método para hacer llegar el correo con más premura. La única solución posible en aquellos días de 1860 pareció ser un enlace postal a caballo. Los padres de la idea fueron los principales socios de una empresa de diligencias, especialmente William Russell (1812-1872), y la iniciativa obtuvo el apoyo federal. De ese modo se inició una carrera contra el tiempo que serviría para demostrar si era posible realizar la ruta entre Missouri y California, más de 3.100 kilómetros a través de montañas, praderas y desiertos, en menos de diez días. Eso significaba que los jinetes deberían galopar a toda velocidad durante el trayecto y reeemplazar los caballos con frecuencia, aproximadamente cada 16 kilómetros según estimaciones. Con el objetivo de cumplir con estos requisitos, se construyeron 190 casas de postas a lo largo de toda la ruta para efectuar los relevos, con personal de apoyo, guardias y provisiones.

Russell y sus socios tuvieron que adquirir más de 400 caballos aptos para el servicio, resistentes y rápidos, pero faltaban los jinetes, el otro elemento imprescindible y crucial. La compañía puso un anuncio en marzo de 1860 en estos términos: El Pony Express necesita jinetes jóvenes, delgados (no podían sobrepasar los 56 kilos de peso), resistentes, a ser posible no mayores de 18 años, dispuestos a asumir riesgos mortales casi a diario, y preferentemente huérfanos. El sueldo era de 25 dólares a la semana, nada desdeñable para aquella época, y no fueron pocos los voluntarios que se presentaron a cubrir las poco más de 80 vacantes. A cada uno de ellos se le hizo entrega de una Biblia, y se le tomó compromiso de no blasfemar, no emborracharse y no pelearse con los compañeros.


El primer viaje se efectuó el 3 de Abril de 1860, cuando dos jinetes salieron desde los dos extremos de la línea simultáneamente, un recorrido que fue seguido con atención por la prensa de la época y que gozó de gran popularidad. Prescindiendo de diligencias y usando rutas más cortas, los jinetes del Pony Express consiguieron llevar hasta 70 kilos de correspondencia en 8 días, desde St. Joseph a Sacramento, a unos 2900 km de distancia.

El jinete cambiaba de caballo en cada posta y él mismo era relevado cada cinco o seis cambios, tras recorrer unos 100 km. Cuando se aproximaba a una de las estaciones de relevo ya le aguardaba su nueva montura debidamente preparada, a la que subía al salto tras coger y colocar su mochila con el correo, una alforja de cuero que no podía sobrepasar los 9 kilos de peso. El cambio se efectuaba en menos de treinta segundos. Debían cabalgar también durante la noche, sin más iluminación que la luz de la luna, y sufrir las inclemencias del tiempo. Además, para no sobrecargar de peso a los caballos, sólo se les permitía llevar un único revólver para enfrentarse a indios, bandidos o animales salvajes. Era un trabajo muy duro y fueron muchos los que abandonaron tras un primer viaje, al constatar sus peligrosas y agotadoras condiciones.

El más joven de los jinetes que formaron parte del Pony Express fue “Bronco”Charlie Miller, que tenía 11 años de edad cuando ingresó en la compañía, y el más famoso fue sin duda William F. Cody“Buffalo Bill”, que se incorporó a los 14 y que protagonizó una de las hazañas que marcaron la historia del Pony Express: al encontrar muertos en las paradas de postas a dos de los jinetes que debían sustituirle, realizó él solo el recorrido que les habría correspondido: 615 kms en 21 horas y media. Pero no fue el único héroe de aquella aventura, otros protagonizaron hechos semejantes. Como Robert Haslan, apodado “Pony Bob”, que tras salir ileso de un enfrentamiento con los indios paiutes, batió los récords de velocidad y distancia de toda la historia del Pony Express: 140 kms. en ocho horas y diez minutos. Esas proezas despertaron la admiración de sus coetáneos, quienes veían pasar con entusiasmo y expectación la carrera de aquellos rápidos jinetes.


Con la extensión de las líneas de comunicación, primero del telégrafo y más tarde del ferrocarril, el Pony Express tenía los días contados. La compañía, que había cambiado de manos en marzo de 1861, llevó a cabo su último viaje el 21 de noviembre de ese mismo año. Había durado poco más de año y medio y se había saldado, pese a su éxito como servicio postal, con un gran fracaso económico. La leyenda afirma que en su historia tan sólo llegó a perder una saca de correo.


Con la colaboración de Pilar Alonso Márquez



Los que siguen este blog saben bien de su poco apego por la actualidad. Sin embargo, hay ocasiones en que no es posible desdeñar el cruce con el pasado.

La Creedence Clearwater Revival lleva tiempo clamando por ocupar un espacio por aquí. Hoy por fin lo tendrán, al hilo del nuevo disco de John Fogerty, con el breve esbozo del descubrimiento de ambas figuras y nuestra fe en el country rock.
Sí, amigos, creo en la CREEDENCE. Hoy toca revival.


Para los despistados decir que John Fogerty es uno de los grandes compositores de rock americano de todos los tiempos, y la Creedence Clearwater Revival, la banda de rock más emblemático de los últimos 60' y principios de los 70', uno de los mejores grupos de toda la historia de la música popular, incluído en el Salón de la Fama del Rock desde 1993. Un estandarte genuinamente americano de libertad y rebeldía generacional asociado con la tradición y el clasicismo rockeros, una idea de América asimilada generosamente en bandas sonoras de películas como 'Apocalypse Now', 'La Jungla de Cristal', 'Forrest Gump' o 'El Gran Lebowsky', entre otras.






A mis efectos, conocí a John Fogerty de la mano de mi amigo Jess, que vivía al fondo de la calle. En el tiempo de aquella adolescencia, Jess podía ser tomado solo por gracioso y ocurrente, alguien sin cuyo concurso no había fiesta ni algarada, pero era un tipo tímido, con muchas lecturas, íntegro y perspicaz, y eso hacía que todos le tuviéramos en cuenta. El caso es que Jesse, que se pretendía más sudista que las barbas de Lee, se presentó un día con un radiocasette por el Instituto haciendo gracietas como acostumbraba. De las entrañas del cacharro brotaban añejos sonidos de guitarras eléctricas y una voz hippilonga que no me dejaron indiferente. Aquel tipo que daba vueltas en la cinta era John Fogerty, me ilustró Jesse. Sonaba 'Big Train To Memphis', según supe más tarde. Yo no tardé dos minutos en subirme al expreso y secundar a mi amigo en su ronda. Tiempo después, creo recordar que el convoy a Memphis descarriló un día de tanto dar vueltas en el reproductor de mi casa. Hablando de trenes, ¿no oyen acercarse el 'Especial de Medianoche'?






Años más tarde volví a celebrar a Fogerty sin reconocerle. Los días empezaron a correr algo más deprisa, en medio de la calma y la incertidumbre. Johnny continuaba girando una y mil veces en las cassettes como líder de la gran Creedence Crearwater Revival, pero entonces sonaba a bordo del coche de Randy, otro pájaro a tener en cuenta. Aquel rock brumoso, de pantano y gasolinera, aquella melodía con efluvios a yerba y pantalones de campana, aquel sonido metálico, la voz desgarrada del mismo Fogerty, como salida de lo profundo de un intrincado alambique clandestino... esa era la sintonía que daba alas al pequeño utilitario de Randy o anunciaba nuestra llegada a bares y tabernas. Nos acompañaba una aureola de bendita libertad, despreocupación y rudeza rockera. Hizo calor aquel verano del 91, pero no pasamos sed.

La Creedence no dejó de sonar en adelante, concienzuda y pertinazmente, sugiriendo historias, ambientando bocetos y proyectos. Ahora los reconocía en la banda sonora que tantas veces acompañaba en la pantalla, como ya habían pasado a formar parte de la mía, solo que sin chopper ni guerrera del Vietnam. Tampoco hacía falta. Llegué a aprenderme cada nota y estribillo de 'Green River', 'Fortunate Son', 'Have you ever seen the rain?', 'Proud Mary', 'Born On The Bayou', 'Suzie Q', 'Lookin' Out My Back Door' o 'Run Through the Jungle'. ¿Conocen ésta?. Dicen que cuando los Creedence acabaron a tiros, acusaron al fenómeno de Johnny Fogerty de agenciársela como 'The Old Man Down the Road', lo que devino en nuevos pleitos. Ambas son geniales pero yo prefiero al 'Viejo'.






El caso es que anuncian que vuelve John Fogerty, a propósito de su 68 cumpleaños. El alma de la Creedence Crearwater Revival publicará a finales de Mayo de 2013 su nuevo álbum, 'Wrote A Song For Everyone', una recopilación de famosos temas del grupo y algunos inéditos. Lleva toda la vida haciéndolo, a los clásicos no les hace falta reinventarse. En esta ocasión contará con la colaboración de algunas figuras de la música Americana actual, como Brad Paisley, Alan Jackson, Miranda Lambert y Keith Urban, entre otros. El disco se llama como el tema que la CCR incluyó en 1969 en el tercer álbum de la banda, 'Green River'.

No cabe duda que será un gran recopilatorio, lo tiene todo hecho. La vieja Creedence volverá por sus fueros y una legión de veteranos rockers dejaremos suspiritos en el aire al escuchar a John Fogerty retumbar desde el fondo del alambique mientras conducimos, hacemos la compra o chequeamos el desempleo. Será todo un éxito si logra incorporar nuevos creyentes, lo que es seguro es que ya nunca abandonarán la compañía del Agua Clara. Una fe que nunca es tarde para abordar, reeditar y revivir, con la excusa que se prefiera. 






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