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Oigo el tren llegando, está doblando la curva 
...y no he visto el brillo del sol desde no sé cuando. 
Estoy clavado en la Prisión de Folsom y el tiempo pasa, lentamente... 
Pero ese tren sigue rodando hacia San Antonio.

Cuando era sólo un niño mi mamá me dijo:
 "hijo, se siempre un buen chico, !no juegues nunca con pistolas!". 
Pero disparé a un hombre en Reno, solo para verle morir... 
Cuando oigo el silbido sonando, bajo la cabeza y lloro.

Bueno..., si me liberasen de esta prisión, si el tren de la vía fuese mío..., 
apuesto a que me animaría un poco, alejándome por la línea.
Lejos de la Prisión de Folsom, allí es donde quiero estar. 
Y dejaría que ese silbido solitario hiciera volar lejos mi tristeza.


                                                               "Folsom Prison Blues" Johnny Cash (1955)


"Folsom Prison Blues" es una canción de Johnny Cash, lanzada como single un 15 de Diciembre del año 1955 e incluída en su disco debut de 1957, Johnny Cash with His Hot and Blue Guitar.

La historia cuenta que Cash escribió esta canción en el año 1952 mientras hacía su servicio militar en una base del ejercito estadounidense en Alemania Occidental. La inspiración para esta canción le surgió al ver la película "Inside the Walls of Folsom Prison" junto a sus compañeros de instrucción militar. Para músicalizar su texto, Cash tomó prestado (o robó??) los acordes de una canción del compositor estadounidense Gordon Jenkins llamada "Crescent City Blues". Tras varios intentos y sesiones de grabación, Cash decidió usar exactamente la misma melodía que aquella canción y simplemente se molestó en cambiarle la letra. 

Dentro de ella, lo más impactante se encuentra en la frase que dice el protagonista de la historia: "I shot a man in Reno just to watch him die", la cual resume su contexto y catadura moral. Sobre esta famosa frase, Cash mencionó en la revista Rolling Stones que la escribió después de "pensar y pensar en la peor razón para matar a una persona". Con esa idea en mente, Cash logró crear una canción que mezcla de manera muy particular el country, sobre todo con la entonación, y la esencia del blues, con el sonido cadencioso de una locomotora..., junto a la trágica historia de un condenado a cadena perpetua. Country, blues... !acelera la máquina Johnny y tendremos rock & roll!.

"Folsom Prison Blues" fue grabada el 30 de Julio de 1955 en los míticos estudios del sello Sun Records de Memphis, y en Diciembre de ese año, lanzada como single sin incluír a Jenkins en los créditos. En 1967 Cash fue demandado por Jenkins, y tras varias negociaciones e idas y venidas a los tribunales, el "hombre de negro" tuvo que pagar 100.000$ por derechos de autor, además de incluír a Jenkins en los créditos de la canción.


"Folsom Prison Blues" tuvo su reválida en las listas de éxito cuando fue lanzada como single en el año 1968, en una nueva versión grabada en el histórico concierto que Cash diera en la Prisión Estatal de Folsom, California. A partir de ese momento se convirtió en una canción muy popular, pasando a ser una pieza fundamental del repertorio del artista.

Sobre el concierto y el álbum a que dio lugar encontrarán más información aquí:
http://es.wikipedia.org/wiki/At_Folsom_Prison  

Con el soporte de:
http://detrasdelacancion.blogspot.com.es                                                                                                       




Los villanos son parte esencial de cualquier buena historia que se precie. Un icono que el western ha contribuído a destilar por su condición argumental y la violencia implícita del género. 

Aunque multitud de malvados han poblado las pantallas, solo unos pocos han sido llamados a ocupar para siempre un lugar destacado en nuestra imaginación, distinguidos por sus rasgos más pronunciados o los excesos con los que fueron caracterizados.

Esta es mi particular selección, orientada a señalar los más singulares papeles protagonistas que acertados creadores (guionistas, directores, actores...) inmortalizaron como personalidades del Mal en los imaginarios confines del Oeste.



Little Bill, Alma de Criminal
Gene Hackman da vida a 'Little Bill' Daggett en la reconocida "Sin Perdón" que dirigiera Clint Eastwood por 1992. Little Bill es un tipo rudo y campechano con una apacible vida tras una estrella de cinco puntas que cuelga al pecho. Su mayor empeño es que nadie enturbie la paz de su reino, Big Whiskey, empleándose en ello mientras trata de construirse una linda casita de madera. 

Aunque ya conocen como se las gasta por allí, sabemos que no es trigo limpio cuando recibe la visita inesperada de Bob 'el inglés', un asesino a sueldo al que reconoce como compadre de antiguas fechorías y tiempos salvajes. Éste recala en el poblacho de Bill atraído por la recompensa que ofrecen unas prostitutas para dar castigo al autor del ultraje a una de ellas, con el que el sheriff fue demasiado benevolente.

Pero a Little Bill no le gustan los asesinos, tal vez porque se parecen demasiado a sí mismo, y no lo será con 'el inglés', decidido a escarmentar a cuantos rufianes aparezcan para sacar tajada del luctuoso asunto. Y es en la tremenda paliza que Bob recibe donde reconocemos el alma sádica de Little Bill, aunque no sea más que un aperitivo para mostrarnos sus métodos, como luego comprobará el bueno de Morgan Freeman.

La película es oscura, descriptiva, desmitificadora y sin concesiones a la espectacularidad. El personaje de Hackman es el contrapunto brillante para el pistolero William Munny, pero ambos representan caras del mismo universo de violencia, uno como pistolero a sueldo (esta vez en busca de redención) y otro desde el lado de la Ley. Empleando métodos brutales como los propios criminales "por el bien de la comunidad", Little Bill es el malo que forma parte del sistema, la autoridad, el encargado de romper los huevos para hacer la tortilla o poner el cascabel al gato. Pero en su despiadada ejecución pierde toda legitimidad al dar rienda suelta a sus más bajos instintos. 




Sí, amigos, Little Bill es un verdadero hijo de puta, un cafre cobijado bajo el manto de una ley que utiliza a su antojo, un personaje tan real, por otro lado, que no hay que rodar mucho para tropezársele detrás de cualquier chapa. Por esto mismo no resulta tan encantador o fabuloso como otros, pero es justo su descarnada humanidad la que le convierte quizás en el villano más repugnante de cuantos se enumeran. Un malvado con la suficiente mala uva para merecer el tercer puesto de este ránking de indeseables.


Frank, La Mirada del Terror
En 1968 Sergio Leone dirigió "Hasta que llegó su hora", quizás uno de los tres mejores representantes del denominado spaghetti western, y sin duda una de las diez mejores películas del Oeste de todos los tiempos. La impecable dirección de Leone y la soberbia partitura de Ennio Morricone redondean esta obra maestra del cine que gustosamente destriparé en otra ocasión. Hoy nos ocuparemos de uno de los cuatro personajes del filme, el malvado Frank, 'el amigo de los niños', cuya magnética mirada le aupa a un lugar destacado en el escalafón de los 'malos malísimos' del western



Sergio Leone se había empeñado en que Henry Fonda interpretase al villano de la historia, algo que el actor reconoció no entender hasta que vio la película terminada. Por eso se presentó ante Leone con la imagen que consideraba ideal para interpretar a un malvado prototípico: patillas, perilla que modificase su cara y lentillas oscuras para ocultar el azul celeste de sus ojos; azul que el público asociaba instantáneamente con la bondad y candidez de espíritu propias de sus papeles habituales. Al ver aparecer a Henry Fonda de esa guisa Leone se puso frenético: "¿Qué es todo eso? ¡Quítese las lentillas! ¡Son sus ojos azules por lo que estoy pagando!".

El pistolero Frank hace su aparición en la segunda secuencia de la película. La familia McBain se dispone a partir desde su rancho de Sweetwater hacia la estación de Flagstone para ir a recoger a la nueva prometida del viudo McBain. La entrada en escena del pistolero y sus secuaces es antológica, enfundados en largos guardapolvos, envueltos entre la calima y la polvareda del desierto, y encumbrados con grandilocuencia por una banda sonora que fluye airosa desde el hardcore épico hasta la melodía nostálgica. El clímax llega cuando aparece por la puerta el pequeño Timmy, tierno, frágil e inocente ante el desolador panorama servido por los canallas...




“¡Jesucristo, es Henry Fonda!”. Así resumía el propio actor, sobrecogido al asistir a la proyección del film, la honda impresión que los espectadores sufrían cuando la cámara giraba en torno al líder de los asesinos y se topaban con el rostro del actor que desde siempre había simbolizado la honradez, la rectitud y las admirables virtudes propias del Buen Hombre Americano.

Cómo quedó demostrado Leone tenía razón. Ofreciendo el contraste que causaban en la escena el angelical aspecto y trayectoria de Fonda (entonces con 63 años), conseguía impregnar de maldad al personaje por el resto de la película. Sus ojos azules ya no eran azul celeste, sino azul acero. Su rostro ya no era la representación de la virtud, sino la mismísima faz del Mal. Su suave voz ya no era la voz de la justicia, sino el apagado tono de un asesino despiadado. Incluso su sonrisa había dejado de resultar ingenua, confiable y cercana, para tornarse cínica y monstruosa. En un terrorífico intercambio de primeros planos, en los primeros minutos de la cinta y como presentación de su personaje, Henry Fonda sonreía a un tierno niño, un niño a quien el más noble de entre los nobles héroes de la pantalla contemplaba con tétrica candidez...

Si en esta secuencia se nos retrata a Frank para dar inicio al argumento de la película, al final de la cinta Leone nos obsequiará con su equivalente en otro derroche de barroquismo y exceso dramático, para cerrar la historia de nuevo poniendo el acento en la gélida mirada de Frank. El acierto del director y las tablas de Fonda, sitúan a este pistolero en el segundo puesto de la lista.




Sin embargo, el primer puesto entre los malvados del western tiene un dueño absoluto: Lee Van Cleef. El arquetipo esencial del villano, un tipo duro y despiadado, de acerada mirada y agudas facciones, es el rey de un papel que explotaría a fondo en su carrera y le reportaría el reconocimiento general. 


Sentencia, El Rostro del Mal
Lee Van Cleef saltó a la fama gracias a su personaje de Jack Colby, miembro de la banda de Frank Miller, el criminal que deseaba asesinar al sheriff Will Kane interpretado por Gary Cooper en "Solo ante el peligro". Le di un repaso aquí: http://almadefrontera.blogspot.com.es/2011/11/gary-cooper-en-solo-ante-el-peligro.html.

Durante los años 60 y después de aparecer en la obra maestra de John Ford "El Hombre Que Mató a Liberty Valance" (1962), el intérprete de New Jersey consiguió elevar su estatus y alcanzar la fama al intervenir en varios spaghetti westerns dirigidos por Sergio Leone. El primero fue "La Muerte Tenía Un Precio", junto a Clint Eastwood y Gian María Volonté. Posteriormente co-protagonizaría "El Bueno, El Feo y El Malo" (1966) el sensacional western de Leone también junto a Eastwood y Eli Wallach, donde da vida a Sentencia (llamado "Angel Eyes" en la versión inglesa). Éstas dos últimas interpretaciones le consagraron como uno de los rostros icónicos del mal en el western.




En particular, Sentencia es un frío y astuto asesino, irónico, maquiavélico y oportunista. Tan cumplidor como profesional. Así se le muestra en los primeros compases del metraje: Por quinientos dólares es contratado por Mr. Baker para obtener información de un granjero y después matarlo. Cuando llega a la casa de éste, Sentencia le comenta el asunto. El granjero, asustado dobla la cantidad y ofrece mil para que no lo mate. Sin embargo, Sentencia le informa de que una vez que recibe un encargo siempre lo cumple, por lo que lo asesina. Posteriormente, informa a Baker de la muerte del granjero y del asunto que tenía encomendado. "¿Sabes qué? Me ha ofrecido mil por matarte a tí". Ambos hombres sonríen y Sentencia lo mata. La imagen se congela y aparece el rótulo "El Malo".
 
Sin lugar a dudas, fueron ese título y su rostro alevoso y agudo los que condicionaron casi toda su carrera como actor, configurando una estampa física proclive al villano o al antihéroe, aunque también asumiría con el tiempo y la madurez otros papeles de cierto renombre (los spaguettis de Sabata, esta vez del lado del Bien y la Ley).

Cuando una vez se le preguntó si le gustaba interpretar al malo de la película, Lee respondió: "Claro, los personajes malvados tienen mucha profundidad". Bueno, tal vez no estuviese muy acertado a ese respecto, pero no hay duda del encanto y magnetismo que otorgó a sus personajes, hasta hacerles intemporales. Su presencia tranquila y fría emanaba confianza y fuerza en la pantalla, hipnotizándonos, haciéndonos disfrutar y sacando en nosotros el villano que todos llevamos dentro.

Lee Van Cleef fue arrastrado casualmente a encarnarles por su intensa mirada y marcados rasgos, pero su talento y oficio le valieron el reconocimiento general hacia su arte. En una trayectoria que abarcó cuatro décadas nos legó gran cantidad de trabajos donde reconocerle. Un imprescindible, hablando de western.


Algunas fuentes fueron:
http://videodrome.wordpress.com/
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article208.html

Esta fue mi lista de villanos del western, pero seguro que usted admira a algún otro malvado para rivalizar con estos personajes. ¡Adelante, desenfunde en los comentarios!



El Teniente Blueberry es una serie de historietas del Oeste francesa iniciada en 1963 por el guionista Jean-Michel Charlier y el dibujante Jean Giraud para la revista Pilote que narra las aventuras del Teniente de Caballería Mike Steve Donovan, alias 'Blueberry'.

Las vicisitudes a las que asiste de primera mano le llevarán desde las guerras indias hasta el O.K. Corral, desde verse implicado en una maquinación contra el presidente Grant hasta tratar con el apache Gerónimo. Resuelto, astuto y cínico, Blueberry se las apaña para salir airoso de los lances que se le presentan y ser respetado por amigos y enemigos, ya sean blancos o pieles rojas.

Podemos asegurar que se trata sin duda de una de las mejores historias jamás contada en las páginas de un tebeo. Una obra ingente y maravillosa, tanto por calidad como por cantidad, desarrollada a lo largo de más de cinco décadas de arduo trabajo hasta superar el millar de páginas, y cuyas ramificaciones han dado lugar incluso a tramas secundarias relacionadas con el personaje y con alguno de los hechos que sucedían en la narración principal.

En ese tiempo, la que se pretendía en un principio como una divertida serie juvenil del Oeste pasó a convertirse en un referente indiscutible del cómic mundial, el mejor ejemplo de novela gráfica, una obra inteligente y adulta para regocijarnos una y otra vez con las imágenes del "western", tan solo con abrir una de sus páginas.

El Oeste de las aventuras de Blueberry es ilustrado auténtico y certero, con una elocuente economía de trazos. Si la exquisita representación de la acción y el movimiento hablan por sí solas (los giros, las caídas, los disparos, las cabalgadas...) me gustaría llamar la atención en particular sobre la ilustración del entorno, fiel protagonista de toda la serie.


Los paisajes y localizaciones se presentan siempre al servicio de la narración en magníficas y deliciosas imágenes, desde las mansiones de Georgia o los barrizales del Este, al áspero desierto de Sonora. La naturaleza es una pieza consustancial del género y su exposición e ímpetu (no digamos ya la lucha del hombre por doblegarla, aunque no sea el caso) se tornan esenciales a la hora de transmitirnos veracidad.

Si bien su fidelidad geográfica deja bastante que desear, el entorno físico resulta aquí tan omnipresente como magnético. A menudo las figuras humanas aparecen empequeñecidas, subrayando su grandiosidad. Son bonitas estampas que narran travesías o viajes a través de un entorno espectacular e indómito. Grandes cordilleras, amplios parajes boscosos, escenas panorámicas a ras de suelo y agrestes desiertos protagonizan estas viñetas, profundamente descriptivas pero tan sólo breves retazos paisajísticos supeditados a la acción.
Muchas veces la lectura trepidante a la que nos conduce la trama hace que pasemos por alto su observación y disfrute. Esto, aunque pueda dar la impresión contraria, no hace sino certificar la poderosa verosimilitud que otorga el grafismo de la obra, al tiempo que ofrece un placer añadido al lector en su relectura.



Las sombras tienen mucho que ver en todo. Ellas son las que nos crean la ilusión del relieve sobre el papel, las que engullen los rostros de los jinetes, las agujas de las coníferas o la raíz de los agrestes picachos; las que dan profundidad a la escena, como los postes de telégrafos o los raíles del ferrocarril perdiéndose en la distancia.


Especial mención merecen la representación de cañones y mesas del desierto, pétreos monumentos que emergen de la planicie transportándonos a un mundo aparentemente mágico e irreal, si no fuese por las cicatrices que dibujan sus estratos y las sombras rotundas que proyectan sus salientes. Ahí está el pulso ágil y el ojo naturalista de Giraud ('Moebius') para dar fe de realidad como no podría la mejor fotografía.

!Qué decir de las edificaciones y paisajes urbanos!. Las aventuras de Blueberry son unas "road-movies" a través de míticas ciudades y pueblos del Oeste, siempre al servicio de una trama sólida y desconcertantes complots.
Aunque la acción se desenvuelve por todo el Oeste, es en Arizona, México o las Rocosas donde mayoritariamente están localizadas las andanzas de aquel a quien los indios llaman 'Nariz Rota'.













Acompañándole recorreremos los confines del "far west",
desde Atlanta a Chihuahua, de Topeka a Durango, de Cedar Creek a la Sierra de la Tasajera... Una ruta por ciudades emblemáticas y poblados a medio hacer, aldeas de adobe y viejas misiones con sonoros nombres españoles, siguiendo la peripecia vital de Blueberry, envuelta su figura por el polvo cegador del desierto o la lluvia torrencial de una noche de perros...

Este es el país de Mike Blueberry, la tierra agreste de mesas rojizas y orgullosos saguaros, la última frontera entre el norte y el sur, lo salvaje y lo civilizado; el mismo solar que recorre junto a su inseparable escudero, borrachín y dinamitero, el viejo McClure (sosias de aquel mítico Walter Brennan). También es el territorio de tipos como el general 'Cabellos Rubios', Wild Bill Hickok, 'Angel Face', Caballo Loco o Gerónimo, quienes junto a una legión de personajes históricos y ficticios, (todos exquisitamente documentados) les salen al encuentro para originar las intrigas y desafíos que les dan vida.




La Charrería es un arte, una cultura, una tradición y un deporte que se practica tanto en México como en los Estados Unidos, y cuyo elemento central es La Charreada o Jaripeo. Se trata de un evento festivo que incorpora la competencia y la exhibición ecuestre, una indumentaria especial, suertes a caballo, música y gastronomía típicas. 

Como deporte, se cumple con los reglamentos de la Federación Mexicana de Charrería, mediante los cuales los participantes masculinos o charros compiten en el floreo de reata (las habilidades artísticas con el lazo, soga, cuerda o reata) y en las suertes ecuestres. Por otro lado las escaramuzas charras son equipos conformados exclusivamente de mujeres, las mismas que ejecutan peligrosas exhibiciones cabalgando “a mujeriegas” o en albarda, una silla para montar a caballo con las dos piernas de un solo lado en lugar de sentarse a horcajadas sobre el lomo del animal.




La Charrería tiene su cuna en las prácticas ecuestres y el manejo de la ganadería extensiva empleadas por España en la colonización de América. Por todo el continente fue evolucionando y adaptándose a las distintas peculiaridades de regiones y climas. En Norteamérica, grandes haciendas, misiones y presidios fueron los escenarios donde la agricultura y la cría extensiva del ganado generaron el tipismo rural de donde surge el charro mexicano. A principios del Siglo XIX en México, la gente de las haciendas organizaba celebraciones en las que los charros demostraban sus habilidades y competían con otros charros. Un siglo más tarde, como resultado de la Revolución Mexicana, las vastas haciendas fueron divididas, lo que obligó a muchos a abandonar el campo y emigrar a las grandes ciudades. Con el deseo de perpetuar sus tradiciones los charros se reunieron entonces y formaron asociaciones para poder preservar y promover sus tradiciones. Este fue el inicio de la Charrería como deporte. La Federación Mexicana de Charros se fundó en el Ciudad de México en 1933 para gobernar a las diferentes asociaciones charras que estaban surgiendo. 

La Charreada, torneo distintivo de la Charrería, se efectúa en sus escenarios propios llamados lienzos charros. Un lienzo charro es un ruedo de 40 metros de diámetro con un callejón de lienzo de 12 metros de ancho por 60 metros de largo que conduce hasta él. Aquí es donde acude un extenso público para apreciar las llamadas suertes charras y también para dar apoyo a sus partidarios. Además, en las charreadas no puede faltar un Tamborazo o una Banda que al compás de su música llena de alegría al público y a los competidores de cada asociación charra. Estos equipos demuestran su maestría en la arena por medio de nueve pruebas o suertes, que son calificadas por los jueces en función de su estilo y ejecución.


El espectáculo se inicia con el Desfile de los equipos charros participantes, que recorren el lienzo al ritmo de la "Marcha de Zacatecas" y saludan al público, para luego retirarse y dar lugar a la primera de las suertes, la cala del caballo, en la que es evaluado el nivel de control que el jinete tiene sobre el caballo a través de distintos ejercicios.

La suerte que sigue se llama piales en el lienzo, y en ella el charro intenta lazar las patas traseras de una yegua a la carrera y detenerla por completo amarrando la soga en la cabeza de su silla de montar. Para conseguirlo dispone de tres oportunidades.










El tercer evento se conoce como colas, donde el charro tiene cabalgar hasta un novillo, tomarle el rabo y enrredarlo habilmente alrededor de su pierna para luego salir a todo trapo y lograr que la res caiga. Debe hacerlo en no más de 60 metros.




Entre las colas y el jineteo tiene lugar la escaramuza. Este evento es ejecutado por mujeres en equipos de ocho. La intervención de la escaramuza es una demostración de ejercicios ecuestres que requieren gran precisión, agilidad y audacia, pues además deber realizarlos montadas en albarda o a “mujeriegas”, con la pierna derecha cruzada, y en sincronía con el acompañamiento musical.




 

La cuarta prueba es el jineteo de toros, donde el charro debe montar al toro hasta que este deje de cocear y lo "dome". El toro encerrado en un cajón es "pretalado", esto es, se le coloca un cintillo alrededor del lomo para que el charro pueda sostenerse.








En la suerte conocida como la terna, un equipo de tres jinetes deben lazar una res, primero alrededor del cuello y luego de las patas traseras, para derribarla, una vez puesta la soga a la cabeza de la montura. Deberán lanzar sus lazos a caballo cada uno sucesivamente hasta en tres oportunidades y en un tiempo máximo de seis minutos. 



La sexta suerte es el jineteo de yeguas donde el charro monta un caballo bronco, sin domar, desde un cajón que se abre al ruedo, y finaliza cuando el jinete cae a la arena. El jinete puede hacerlo "a la greña", agarrándose unicamente a las crines del animal, o "al pretal", como en el jineteo de toros.






El octavo evento son las manganas que consisten en que el charro tiene que lazar las patas traseras y delanteras de una yegua corriendo alrededor del ruedo hasta hacerla caer. Esto se hace tanto a caballo como a pie. Se ofrecen tres oportunidades que deben ser rematadas de manera distinta para añadir puntuación al equipo perteneciente.




La novena y última suerte de la charreada es el paso de la muerte, considerada una de las más difíciles. El charro cabalga (jinetea) su caballo sin silla para saltar desde él hasta una yegua salvaje lanzada a la carrera y mantenerse en ésta sosteniéndose de sus crines hasta que deje de resistirse y se detenga. El charro solo podrá dar dos vueltas al ruedo en pos de la ejecución de la suerte y no podrá caerse en ella para obtener puntos a su favor.



Por último se cuenta con el charro completo, un tipo de competición que consiste en que un mismo charro ejecuta todas las suertes salvo el jineteo de yeguas y las ternas, demostrando que reune todas las aptitudes para ser lo que se dice "un charro completo"




En la Charreada toda la familia participa y se involucra, ya sea como jinetes, entrenadores, preparando el vestuario, con los músicos, bailarines o como público. La elegancia y disciplina de las charreadas proveen el marco adecuado para la convivencia y la participación familiar, al tiempo que celebran y honran su legado cultural, ya sea al sur o al norte de la frontera.
 

En los Estados Unidos, la práctica del deporte de la charrería, empezó en los años setenta cuando los méxico- americanos, buscando maneras de expresar el orgullo por su cultura y tradiciones, solicitaron a la Federación Mexicana de Charrería apoyo para establecer charreadas con carácter oficial. Las charreadas en los Estados Unidos siguen las mismas pautas y reglamentos de la Charrería en México. La atmósfera creada en el lienzo charro por el vestuario, la música y los platos típicos da a los mexicanos residentes fuera de su país la oportunidad de celebrar su identidad y les permite tener una conexión cultural con México. 




Esta es una breve reseña del desarrollo de La Charreada, un espectáculo artístico de admirable belleza donde se citan tradición popular, esforzado arrojo y pericia con las bestias. Sin menoscabo de su vida, con precisión y estética.  

Disponen de más información en el siguiente enlace: www.asociacionnacionaldecharros.com/blog/

Con el soporte de:

www.decharros.com
www.mundocharro.com.
http://es.wikipedia.org/wiki/Charrer%C3%ADa



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