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Me levanté temprano, tomé un café en la cafetería del hotel y me dirigí ansioso hacia la estación. Desfilé ante la taquilla junto a una legión de inmigrantes abigarrados de equipaje, saqué un billete y subí a un autobús con destino al desierto. 


Una vez en marcha, desde la ventanilla fui viendo despertar la ciudad, cómo se desperezaba el tráfico y las luces ámbar de la capital quedaban atrás. La piel agreste de aquella costilla española comenzó a cubrir el trayecto, salpicado de caravanas de viajeros, caseríos blancos y empalizadas de plásticos. Por momentos costaba distinguir el mar a lo lejos, del tapiz plateado de las plantaciones. Poco a poco el bus tomó altura, dejó la costa a la espalda y se internó entre sierras calvas y palmitos. El desierto se anunciaba en cada curva y el corazón me palpitaba emocionado.


Entonces, inmerso en el paisaje de mis sueños, tomé cuenta y dudé si aquel podría ser un principio o un final, como anticipando una dulce decepción. Enfrentado a la fantasía no habría otro sino más que tomar conciencia y despertar. Aquel viaje a La Meca ocuparía bien cierto un lugar en lo profundo de la memoria, pero también podría resultar el soplo vigoroso que despejase de una vez todas las trampas del solitario. Volver a levantar la vista y ser fiel a uno mismo serían enseñanzas propias del Bautista y las arenas de Yucca City mis aguas del Jordán. La resolución con que los tallos de las pitas se erguían desde las cunetas pareció darme la razón.


Mi estancia en Yucca City no resultó tan esclarecedora, sin embargo. Empolvé las botas en sus calles vacías, sentí crujir a mis pasos la madera que da forma a aquel sueño y contemplé vestigios de otros tiempos en descoloridos pasquines. Mas todo fue en vano. Después de deambular de un lado a otro de aquel trampantojo, la magia se disipó como la polvareda que había dejado el autobús.


Fumando un cigarrillo junto al patíbulo, contemplando el balanceo de la soga raída al compás del Poniente, caí en la cuenta de que hay sueños tan maravillosos que no merecen ser cumplidos.








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Publicado por Manuel Piñero ***

Algunas lecturas, músicas y westerns más tarde, decidí iniciar este blog; una escapada por los horizontes lejanos de Norteamérica, junto a sus mitos y reflejos, con la emoción de contarlo.

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